Para atrás, como los cangrejos.

21/11/2011

Así parece que caminan algunas sociedades, sobre todo la norteamericana. Leo con asombro cada vez noticias, no preocupantes, sino estúpidas: por un lado el escándalo que se forma porque una actriz francesa le da el pecho a su hijo -con discreción- en un restaurante, por otro lado -hoy mismo- se arma de nuevo la marimorena al asomarse por la esquina de una foto familiar los pechos de su madre.

Creo que ya no respetan ni la maternidad. No nos olvidemos que los senos femeninos son fuente de vida y convertirlos en objeto sexual sólo por el morbo del que mira me parece una aberración. ¿Dónde está la cordura? ¿En qué armario la han guardado? ¿Dónde han tirado la llave?

Lamentablemente lo que pudiera parecer un hecho aislado, o un comentario «rosa», no deja de ser una realidad en un país de más de 300 millones de habitantes y que -por desgracia- quiere erigirse como espejo mundial en el que tod@s debemos mirarnos. Gracias pero no.

Como contrapartida aquí tenemos nuestra pequeña España donde las mamás pueden dar el pecho a sus hijos sentados en un parque con el beneplácito del vecino, que incluso reprende a aquell@s otros pequeñ@s que alteran con sus gritos la alimentación del bebé; y tenemos a cantidad de mujeres -por fortuna, cada vez más- que llegado el verano permiten que sus pechos se bronceen en la playa con la misma justicia que lo hacen sus mejillas. Sin avergonzarse, y sin avergonzarlas.

Creo que podemos empezar a sentirnos orgullos@s del sitio en el que nos ha tocado vivir. De momento.

Xouba 


Todavía pasan cosas así.

22/04/2011

Sucedió no hace mucho, día de piscina y día de familia. Por desgracia, vestuarios separados: hombres por un lado y mujeres por otro; ninguno para las «personas» independientemente de su sexo pero no de su sexualidad, porque si lo que se quiere es evitar que los vestuarios se conviertan en lugares «sexuales» ¿qué ocurre con los homosexuales? Pero en fin, esa duda no me toca aclararla a mi, sólo me pasaba por aquí a comentar una anécdota un tanto surrealista para haber sucedido en pleno siglo XXI.

Un niño de no más de 6 años estaba en el vestuario masculino, y se ve que se le había olvidado algo, así que salió al pasillo y le gritaba a su madre que estaba en el vestuario femenino; al ver que esta no le contestaba, el niño alzaba más la voz, pero supongo que entre los tabiques, el hilo musical, y más que notable ruido de voces que provenía del interior del recinto la madre no se enteraba. El caso es que el pequeño, impacientado por la espera no atendida dio un paso adelante y abrió la puerta del vestuario metiéndose dentro, y al poco sale un grito del habitáculo: «¡Pero qué hace ese niño aquí!»

No tardó en salir su madre con él de la mano al pasillo mientras dentro todavía sonaban palabras de reprobación hacia la conducta del pequeño. Me fijo en la madre y mostraba sonrojo, y susurraba algo al oído del pequeño que parecía reprimenda por lo que acababa de hacer.

Al poco ella volvió al vestuario y le entregó una bolsa, y el chiquillo regresó al vestuario masculino a continuar con lo que estaba haciendo. Probablemente con la lección aprendida, y una huella en su psique que muy probablemente alterará su visión de la desnudez y del sexo que todavía desconoce.

Puede que tal vez en una sociedad donde las mujeres no pueden ni mostrar su rostro, el hecho de verlas desnudas provocase semejante reacción; pero en la sociedad europea de hoy en día, donde los pechos desnudos de una mujer habitan en las marquesinas del autobús escolar, me resulta tan exagerado el grito de la mujer desde dentro del vestuario, como el mismo hecho de que existan los vestuarios separados por sexos.

Xouba 


No hay necesidad de estar desnuda porque sí.

17/11/2010

El título de este artículo viene de una frase que una entrevistadora/presentadora de un programa de la tele americana (U.S.A.) le soltó a Halle Berry al preguntarle si ciertos rumores sobre su persona eran ciertos. Tras desmentir algunos de ellos pasó a confirmar que andar desnuda por casa formaba parte de su vida en el hogar, a lo que la presentadora respondió con la frase que titula esta entrada.

Cuenta la crónica que la actriz cerró el tema con un «me gusta estar desnuda» y sin más explicaciones porque nadie se justifica si le gusta estar con ropa. ¡Olé! por la valentía de la actriz. En la puritana e hipócrita sociedad americana reconocer algo que realizas fuera de los cánones sociales impuestos sin sentirse obligada a justificarse le impone más mérito sobre todo si una tiene compañeras como la Srta. Greene haciendo declaraciones de este tipo.

Ojalá que con estos pequeños, pero valientes, gestos caigan algunas murallas sobre la desnudez en U.S.A.

Xouba <º))))))<


Bodas nudistas en China.

15/11/2010

Parece que en China se están poniendo al día y no sólo a nivel económico, sino también inventando prácticas que a nosotros con todos los años de libertad y modernidad que llevamos viviendo no se nos habrían ocurrido (al menos, en mi caso particular).

Resulta que ahora en el país de la Gran Muralla se ha puesto de moda entre los jóvenes recién casados acudir con sus trajes de novios ha realizarse un reportaje fotográfico a cualquier estudio de Shanghai, para quitárselo al llegar allí y pasar a su nueva vida en común tal y como llegaron a la propia: completamente desnudos; y dejando constancia de ello.

Las noticias que llegan de allí no cuentan si luego incluirán esas fotos en el álbum familiar, pero me da que «va a ser que no», aunque ahora que han cogido carrerilla en subirse al carro de las libertades, tal vez en unos años nos encontremos con más gente desnuda por las calles de Pekín que por las de Barcelona. Ojalá fuera así, aunque como ya he dicho -y me repito- «va a ser que no».

Y tras comentar la anécdota del día, aquí va la reflexión/pregunta que debiera acompañarla: ¿cuántos de los que nos consideramos nudistas inmortalizariamos uno de los días más felices de nuestra vida en completa desnudez?

Se aceptan comentarios al respecto.

Xouba <º))))))<


Ir ‘así’.

30/10/2010

A principios del verano que acaba de terminar, disfrutaba de un fantástico día de playa en Arealonga, y no dejé de pasearla de punta a punta como hago siempre que voy; a diferencia de años atrás se aprecian más textiles, pero también más nudistas, aunque los primeros siempre llaman más la atención que los segundos.

Otra cosa que no suelo perdonar cuando camino por Arealonga es la de continuar mi paseo por el entorno, los bosques que caen hacia la playa, sus acantilados que besan las olas, y los opacos caminos resguardados del sol no es que inviten a hacerlo, es que obligan. Así que, en uno de los paseos hasta la otra punta suelo portar mis chanclas y calzármelas para continuar más allá de dónde termina la arena.

Tal vez debido a la poca gente que había ese día en la playa me percato que una joven pareja (tendrían poco más de los 20 años) sigue de cerca mis pasos hacia el pequeño sendero que asciende de la playa por uno de los acantilados. Al principio quedan dubitativos a pie del camino, luego se adentraron unos pasos; entretanto yo aminoré mi marcha y observaba sus dudas por el rabillo del ojo. Se pararon y hablanban entre ellos, y mientras yo, desde mi posición un poco más adelantada me giré, les saludé y pregunté si podía ayudarles. Entredientes respondieron que no y bajaron la cabeza como si se sintieran descubiertos, entonces al ver que no necesitaban ayuda me despedí y decidí continuar, hasta que la parte femenina de la pareja me pregunta a dónde va dar el camino ese, respondiendole como casi siempre que en mi tierra alguien hace esa pregunta: «ya sabeis que aquí en Galicia los caminos te llevan a dónde tú quieras ir». Esbozaron una sonrisa y luego les puntualicé que en realidad el camino era un pequeño sendero de costa que más adelante se bifurcaba y permitía adentrarse en el bosque, que el paseo era muy agradable y bonito; aunque yo ya sabía por dónde venían los tiros, y no tardaron en disparar: «¿pero se puede ir ‘así’?» Refiriendose a su/nuestra desnudez. «Mejor con chanclas» le respondí yo; «podeis clavaros alguna espina», les concluí. Volvieron a esbozar una sonrisa y aproveché para animarlos: «los caminos son de todos, no tienen dueño, y no les importa si vas desnud@ o no».

Y parece que conseguí el efecto deseado pues lo siguiente que se preguntaron entre ellos fue quien de los dos iba a por el calzado.

Me ofrecí a acompañarlos y enseñarles algunos de los rincones más bonitos del trayecto, aceptaron de buena gana. Y nos fuimos en un primer lugar por el camino de la costa para luego tomar rumbo hacia el bosque. Charlamos durante un buen rato, casi todo sobre el nudismo: legalidad, espacios, situaciones, y anécdotas que llenarán algunas entradas de esta bitácora en un futuro.

Xouba <º))))))<


Una mirada nos delata.

24/10/2010

Ocurrió el pasado verano. Un buen día de playa, en una playa recién descubierta. En un extremo la zona «nudista» en la que varias familias nos agrupamos conviviendo en desnudez y disfrutando de un día soleado. Hacia el oeste un par de kilómetros de playa en la que se aprecian grupos de gente en determinadas zonas tal vez aquellas más próximas a los accesos.

Al terminar una sesión de baño una de las mujeres que nos acompañaba pregunta si hace un paseo hasta el otro extremo, como no puedo decir que no ante semenjante oferta me apunto el primero, y el único. Pocos minutos después enfilábamos la orilla y un paso tras otro avanzábamos metros mientras conversábamos.

Enfrascados en nuestra conversación pasaban los metros y de cuando en cuando nos cruzábamos con alguna que otra persona, unas iban desnudas, otras semidesnudas (top-less), y otras vestidas. Tan encerrados estábamos en nuestra charla que en un determinado momento me percato que una mirada se clava excesiva sobre nuestros cuerpos. Una señora que estaba en la orilla refrescándose los pies, se gira a nuestro paso y nos mira descaradamente, siguiendo nuestros pasos con aquellos ojos bajo un ceño fruncido.

Es entonces cuando le comento a mi acompañante el hecho y el motivo: desde hacía un rato ya no nos cruzábamos con gente desnuda, y practicamente estábamos en una playa «textil». Ella me preguntó si entonces cancelábamos el paseo o continuábamos hasta el final, a lo que respondí que si a ella no le importaba, a mi mucho menos. Así que, sin alterar el paso llegamos al otro extremo de la playa que ofrecía una estampa totalmente distinta al lugar del que partieramos, y no se diferenciaba en la «vestimenta» de la playa: sombrillas, tumbonas, palas,… sino la vestimenta de sus habitantes, puesto que estos si que la portaban a diferencia de la esquina opuesta de la playa.

Volvimos sobre nuestros pasos pasando nuevamente por entre aquella maraña de gente que ocupaba los últimos quinientos metros de una playa que por su hermosura y emplazamiento nunca debió estropearse llenándola de bañadores.

Xouba <º))))))<


Evolucionando.

24/09/2010

El último día del verano, aprovechando una tarde de asueto, pude disfrutar de lo que más me gusta pasear desnudo. Y a medida que avanzaba mi recorrido por estos cálidos bosques gallegos (en el sentido que te sientes fusionado y arropado por la vegetación) recordaba aquellos tímidos primeros pasos en el nudosenderismo que iniciara años atrás.

Anteayer mientras discurría por el camino con mi gorra y mis botas de caminar como única vestimenta, sentía como se acercaba un tractor, aunque en un principio parecía que circulaba por el mismo sendero que el mio, descubrí que lo hacía por otro paralelo unos escasos diez metros más arriba; hace algún tiempo me habría alertado como medio de prevención para esperarme una respuesta «non grata» del otro, sin embargo me descubrí caminando ajeno a ello viendo como los dos grandes perros -y dóciles- que lo acompañaban bajaban hacia mi ruta meneando su cola, se aproximaban y les acariciaba la cabeza, para -al rato- volver  a su camino ante el silbido de su dueño al que saludé alzando la mano y me devolvió el saludo.

Mi desnudez no existía, fisicamente no portaba ropa, pero no me sentía desnudo ante la mirada del agricultor. Es un paso más dentro de mí, ayudado por lo que ocurría fuera de mi.

Ahora ya no me preocupa cruzarme o no con alguien, ahora simplemente trato de elegir un recorrido que me resulte cómodo, he desterrado esos pensamientos y esos temores ante la inesperada reacción de otr@ paseante. Tal vez se deba a que ya me he cruzado con algún que otr@ y para nada sus reacciones se han parecido a lo que me imaginaba, siempre en función de lo que otr@s comentaban que les había ocurrido a ell@s.

Simplemente emboco un sendero y me descubro a mi mismo fusionado con él, y trato de sentir el trinar de los pájaros, el silbido del viento y el susurro de las hojas de los árboles. Si bañarse en el mar desnudo es una sensación única, la de caminar desnudo por el bosque es irrepetible. Se estimulan de otra forma los sentidos. Lo recomiendo a aquellos que tengan la oportunidad de probarlo.

Xouba <º))))))<


¿Somos todos iguales?

14/09/2010

Alguien me dijo una vez que desnudos somos todos iguales. Discrepo. Morfologicamente, tal vez; pero como individuos nos diferenciamos bastante, y más aún como humanos que somos. La envoltura que rodea al nudista no es la piel, sino la actitud y el comportamiento. Tal y como dice la definición de «naturismo» según la FNI (que a mi juicio no es muy buena) «el respeto a los demás».

No he necesitado de muchos años y muchas experiencias para llegar a esa conclusión, me habrá bastado la primera o la segunda para descabalgarme de la utopía y romper con el «todos somos iguales».

Hace unos días en la playa habitábamos varias familias y alguna que otra pareja en unos pocos metros de playa (una pequeña cala tranquila que hay por aquí cerca), evidentemente, todos desnudos. Llegó un grupo formado por dos hombres y tres mujeres de estética hippie (melenas largas, ropa multicolor, algunas rastas…). No dudaron en desnudarse y tumbarse directamente sobre la arena, hasta que al poco empezaron a consumir drogas sin recato. Aquella orgía opiacea, pronto derivó en una orgía de risas escandalosas aderezadas por empujones entre ellos, lanzamiento de arena, golpes con la ropa, como si de quinceañeros se tratara, aunque la menor debía doblar con gusto esa edad.

La familia que estaba con su pequeño más próxima a ellos no tardó en hacerles ver que los molestaban, a lo que respondieron con desdén y malas formas, pero parece ser que les sirvió de atención y detuvieron su conducta. E iniciaron una peor. Las mujeres -sin aparente pudor- empezaron a jugar con los genitales de los hombres, y ellos a entregarse a los placeres de eros con ellas, sin orden ni concierto.

Esta vez fueron un chico y una chica también bastante cercanos al grupo ese los que les afearon la conducta, puesto que la familia a la que habían molestado anteriormente ya enfilaba el camino que los alejaba de la playa. En este caso se enfrentaron con malas palabras a la pareja que les pedía que se detuvieran pues «si querían joder, nos estaban jodiendo la tarde de playa a todos» (eso le habían dicho, en un primer momento). Como la situación se ponía tensa pues parecía que ni unos (la pareja) ni otros parecían retroceder en sus recriminaciones algunos de los que estábamos más alejados decidimos intervenir para poner paz.

Lo conseguimos. O al menos, que la cosa no fuera a más. Se quedaron como al principio, consumiendo opiaceos y molestando con sus carcajadas a los demás, pero al menos detuvieron la más impropia de las conductas cuando tienes vecinos a menos de cinco metros.

Me quedo con la pregunta que nos hizo el «fumeta» cuando intentábamos hacerlo entrar en razón: ¿Acaso en una playa nudista no somos todos iguales?

Pues no. Igual que tú ni yo, ni los otros veinte que estamos aquí. Sólo somos de la misma especie. Por desgracia.

Xouba


Paso a paso.

12/08/2010

Desde hace algún tiempo (el último par de años) he decidido -y lo he cumplido- dejar mi ropa en el coche cuando me bajo a la playa. A veces voy a playas donde el aparcamiento está cerca de la arena, por lo que el paseo es breve; pero otras, el aparcamiento queda a unos cuantos cientos de metros por lo que aprovecho para hacer el camino en desnudez.

Ese comportamiento que en un principio parecía extraño a ojos ajenos, he visto con satisfacción como de cuando en cuando -menos de lo que a mi me gustaría- alguien me imita. Sin embargo, lo que en un principio era sólo imitado por algún otro chico, este verano he comprobado con satisfacción como algunas parejas ya se han apuntado a este pequeño paseo en desnudez y a extender el nudismo más allá de las orillas de las playas. Porque si en las «otras» playas mucha gente se baja a la arena con el bañador y nadie gira la cabeza para mirarlos, ¿porqué nosotros íbamos a ser distintos? (salvo en bajar incluso sin el bañador).

Incluso el pasado fin de semana, cuando mi familia y yo, portando únicamente nuestras toallas nos dirigimos hacia el lugar donde estaba estacionado nuestro coche tres chicas también se levantaron de la toalla y -al igual que nosotros, pero con su ropa también en la mano- enfilaron el camino hacia el aparcamiento, caminaban detrás nuestro a pocos metros, y al principio del camino, al poco de abandonar la arena dudaron entre ponerse la ropa o continuar; las oí hablar entre ellas. Quizás el vernos a nosotros tan confiados caminando hacia el aparcamiento les llenó de voluntad para continuar desnudas también hacia su coche.

En nuestro camino nos cruzamos con otra pareja que -con sus ropas y toallas- nos saludó, al igual que a nuestras compañeras de paseo, a las que una risa cómplice delató su nerviosismo probable ante una nueva situación.

El caso es que llegamos al coche, abrimos el maletero, y cómodamente nos vestimos. Un par de filas más atrás estaba el de ellas, que repitieron operación. Un pequeño paso más promocionando el nudismo más allá de la playa, y como una forma de vida, no como algo circunstancial de una zona o una situación. Sólo espero que ese pequeño avance se convierta en un paso más de esas chicas en la desnudez de cada día, que puedan expresarla donde y cuando ellas quieran.

Xouba


A veces pasa.

20/07/2010

La pasada semana llegamos a la playa, mi familia, unos amigos, y yo, y al llegar sólo estaba una pareja en la que ella estaba en top-less y el totalmente desnudo, ninguno de los dos portaban las marcas blancas del bañador que hubieran delatado un reciente pasado textil.

Nos vieron llegar y debido a la proximidad y a la buena educación que heredamos los saludamos, contestándonos con cortesía.

Al poco estábamos todos desnudos, unos seis adultos y cuatro menores. En total estábamos todos en la playa desnudos (privilegios de esta esquinita del mundo, todavía es posible encontrarse una playa solitaria en el mes de julio) excepto la chica que permanecía en top-less. En un momento dado y al volver del agua compruebo con asombro que la pareja de vecinos se habían puesto el bañado y el top del bikini. En principio no me habría extrañado si continuasen recogiendo sus cosas y se hubieran marchado, pero no fue así, sino que volvieron a tumbarse al sol, esta vez con algo más de ropa.

Sorprendido por la situación, atisbé alrededor, entre las rocas, a lo lejos, por si acaso algún mirón o alguna otra persona los habría hecho sentir incómodos y por ello habían renunciado a su desnudez. Al parecer no era ese el motivo. Y tampoco conseguí discernir otro. Una de mis amigas se acerca y me pregunta si «estos cuando llegamos, ¿no estaban desnudos?»; pues sí, parece que sí, y ahora parece que no. Mi interlocutora me interroga nuevamente buscando una respuesta que no supe dar: ¿porqué se habrán vestido?

Sinceramente había vivido el proceso a la inversa, como ya he dejado testimonio en este diario en otras ocasiones, pero sentirse incómodos estando desnudos entre gente desnuda, ese proceso no lo había vivido.

Al menos, me consuela haber vivido una de esas experiencias que ponen de manifiesta que las personas son impredecibles.

Xouba