Aquella vez.

20/11/2006

Fue hace algunos años. Era mi primera visita a un centro naturista, y había elegido -por casualidad, no por información- el Hotel Vera Playa, en el epicentro del naturismo. Para mí era toda una experiencia, porque pese a estar harto de visitar playas nudistas, jamás había tenido la oportunidad de vivir en un complejo naturista durante días.

Nada más llegar nos dimos cuenta (no hay que ser muy listo) que aquello era algo más que el hotel, pues mientras lo buscábamos -habíamos tomado el desvío erroneo- anduvimos a vueltas entre las urbanizaciones con el coche, con algunos viandantes desnudos que iban con sus toallas hacia la playa o saliendo del supermercado sólo con las bolsas en la mano y las chanclas en los pies.

Una vez instalados en el hotel no nos costó dar el paso de ir a la cafetería, o a la recepción totalmente desnudos. Aquello era como andar por casa, pero con más metros. Aunque cada vez que salíamos a dar un corto paseo por los chiringuitos que hay fuera, o al super a comprar algo, tirábamos de pareo.

Pero llegó el momento de dar el paso. Le dije a mi mujer si nos acercábamos a la tienda a comprar una postal para enviar a unos amigos y hacerles la boca agua. Nos levantamos y agarramos nuestros pareos, pues siempre que salíamos nos los enrollábamos a la cintura; pero esta vez le dije: Deja ahí eso y vamos así. Me miró entre extrañada y confusa, pues no lo habíamos hablado antes, pese a ver como otras personas lo hacían. Soltamos los pareos en las tumbonas, calzamos las chanclas y la cartera y allí nos fuimos. Reconozco que una vez que crucé el umbral me sentí extraño, pero no amedrentado o acobardado; tal vez esa extrañeza la provocó tambien el hecho de que había un par de taxis dejando a gente en la puerta, todos completamente vestidos clavando sus miradas en nosotros. Continuamos nuestro trayecto hacia la pequeña tienda. Nos paramos en la entrada a rebuscar postales, entramos, pagamos a la dependienta, y cuando volvíamos hacia el hotel, comenzamos a hablar sobre la experiencia pues no lo habíamos hecho hasta ese momento. Ambos coincidimos en la extrañeza del primer momento y el encontrarnos entre aquel grupo de gente vestida que vio como nos alejábamos por la acera mientras ellos cargaban sus maletas; pero también coincidimos en repetirla, pues nos llegaba allí donde otras experiencias naturistas no nos habían llegado.

Y así fue. Al caer la tarde, con la fresca, nos calzamos unas deportivas y volvimos sobre nuestros pasos. Continuamos y nos adentramos en el camping, paseando entre las tiendas, caravanas y personas que cordialmente nos saludaban. Salimos del camping y por un pequeño sendero fuimos hacia las urbanizaciones. De allí al paseo marítimo durante un buen rato. Incluso llegó un momento en que juraríamos ser los únicos que iban desnudos hasta que nos cruzamos con otra pareja en la que él iba también desnudo y ella en top less.

El camino de vuelta, lo hicimos serpenteando entre las urbanizaciones. Con calma. Disfrutando. Dejando que el suave sol del atardecer, la brisa, y nuestra desnudez se llenaran de naturismo.

Repetimos aquel paseo cada día que hemos vuelto por Vera. A veces solos, a veces acompañados. A veces con personas que también lo ha hecho, y a veces con personas para la que es su bautizo naturista. Mucha gente se queja de que Vera ya no es lo que era, que los textiles nos han comido terreno; y me gusta responderles que hay batallas que se ganan porque unos son mejores que otros, pero seguro que aquellas en las que uno se retira siempre las pierde.

Xouba


Baños de calor.

11/11/2006

Una o dos veces por semana procuro darme un baño de calor. No voy a hablar aquí de los beneficios de la sauna, lo dejo para otra ocasión. Lo que sí voy a hablar es de actitudes, comportamientos, o situaciones que me ha tocado vivir, pues he disfrutado de la sauna practicamente desde siempre y cuando he tenido oportunidad. Me he encontrado con saunas separadas por sexos, aunque han sido las menos, porque casi siempre he estado en saunas mixtas.

La primera situación que me viene a la cabeza es el comportamiento de una persona que siempre ha mirado un poco del revés nuestra actitud respecto a la desnudez (digo «nuestra» porque incluyo a mi familia en ello). Por más que hemos hablado del tema, jamás a mostrado un mínimo de condescendencia, simplemente se ha limitado a verter críticas injustas sobre falsos tabues. Llegó un día en que nos fuimos de vacaciones juntos, en Canarias, al mismo hotel. En la oferta de servicios, ofrecían entre otras, gimnasio y sauna. Una tarde deciden acompañarme ella y mi mujer en la sesión deportiva; al terminar las invito a la sauna que aceptan de buen grado. A la puerta de la sauna unas normas de utilización y consejos entre los que figuraba que era conveniente entrar sin ropa por aquello de alergias a los tintes y a los tejidos pues con el calor extremo la piel está más sensible. Yo no le dí importancia pues ya conocía esa recomendación. Entramos los tres y mi mujer y yo estiramos la toalla sobre una de las camas y allí nos tumbamos desnudos como siempre; ella se quedó en pie, con la toalla alrededor de su cuerpo, como buscando un sitio en el que ponerse -lo que sobraba era sitio, pues la sauna era bastante grande-, preguntó si echaba más agua al calefactor, al contestar afirmativamente parece que se percató que la que había no era suficiente y salio a por más. Cuando se abre nuevamente la puerta creyendo que era ella, ni abrimos los ojos, sin embargo al oir dos voces saludar levantamos la cabeza y era un matrimonio de unos 50 años que al igual que nosotros estaban estirando sus toallas sobre otras dos camas para tumbarse sobre ellas también en desnudez. Entra de nuevo nuestra acompañante, saluda a los recién llegados, y vierte el agua sobre el calefactor. Nuevamente vueltas para un lado y para otro buscando acomodo, y de repente se retira la toalla la estira sobre una cama y allí se queda desnuda totalmente al igual que los demás que estábamos en la sauna. La pareja que había entrado tras nosotros tenía ganas de charlar, así que entre bocanada y bocanada de aire intentamos conocernos un poco. Cuando decidimos salir y dar por finalizado el baño de calor ellos también abandonan. Tomamos nuestras toallas y al abrir la puerta batiente que daba a las duchas de la sauna, estas también eran comunes. Allí estábamos los cinco compartiendo ducha y gel. Luego, vuelta a la realidad: vestuarios masculinos y femeninos. Preguntada nuestra acompañante por la experiencia nudista lo único que recibí por respuesta fue un interrogante: ¿pretendías que hiciera el ridículo? Por supuesto que no -le contesté-. Y dejé por zanjado el tema, dándome cuenta -una vez más- que la hipocresía es una molesta compañera de viaje para algunos, mientras que para otros es como una amistad inseparable.

Este anécdota viene a mi a colación de otra que me ha ocurrido hace una semana, también en la sauna. En esta ocasión, había coincidido con una señora ya en la madurez, no era la primera vez que estábamos juntos en la sauna, pero sí la primera que estábamos solos pues ella siempre iba con una amiga de su misma edad, ambas con un albornoz blanco que nunca se sacaban. La primera vez que entramos juntos les pegunté si les molestaba que yo tomase la sauna desnudo, y me respondieron que no, pero que ellas no se quitarían la bata. Le respondí que no les había pedido que ellas se desnudasen, simplemente si respetaban que yo lo hicera. Tras coincidir varios días en los últimos meses hemos entablado una buena amistad que nos ha llevado a tomarnos algún refresco juntos tras nuestras sesiones de sauna. Pero volviendo a la situación del otro día en la que a 85º centígrados yo estaba semitumbado sobre mi toalla totalmente desnudo y mi acompañante con su albornoz, me comentó que así, en desnudez, se tenía que disfrutar más de la sauna. Desde luego que si, sólo hay que probarlo. Entonces algo me pilló a desmano, y fue su nueva pregunta: si yo me desnudara ahora para tomar la sauna, ¿a quién se lo dirías?. Por favor, -le dije- ni se le ocurra, o empezaré a pegar bramidos para que se acerqué aquí todo el personal para que la expulsen. Ante mi sarcasmo tan rotundo, comenzamos a reirnos como posesos y entre carcajadas la señora dejó caer su bata y se tumbó desnuda sobre el camastro. Luego comentó que así estaba mucho mejor, que siempre había tenido ganas de probarlo pero que la amiga que la acompañaba mostró, cuando se lo había comentado, su disconformidad alegando que si alguien se enteraba «sabe Dios lo que dirían». Otro ejemplo de hipocresía. Pues la señora tras compartir ducha conmigo con absoluta naturalidad, volvió a ponerse el albornoz para irse a su vestuario no sin antes afirmar que «si tengo suerte y vuelvo sola me desnudaré desde el principio». Ahora además de defender nuestro derecho a la libertad de vestimenta habrá también que incluir el factor suerte para poder llegar a todo el mundo.

Dos retales de mi vida que espero enriquezcan a quien busque disfrutar del nudismo y desarrollar su/nuestro mundo naturista.

Xouba