Fue hace algunos años. Era mi primera visita a un centro naturista, y había elegido -por casualidad, no por información- el Hotel Vera Playa, en el epicentro del naturismo. Para mí era toda una experiencia, porque pese a estar harto de visitar playas nudistas, jamás había tenido la oportunidad de vivir en un complejo naturista durante días.
Nada más llegar nos dimos cuenta (no hay que ser muy listo) que aquello era algo más que el hotel, pues mientras lo buscábamos -habíamos tomado el desvío erroneo- anduvimos a vueltas entre las urbanizaciones con el coche, con algunos viandantes desnudos que iban con sus toallas hacia la playa o saliendo del supermercado sólo con las bolsas en la mano y las chanclas en los pies.
Una vez instalados en el hotel no nos costó dar el paso de ir a la cafetería, o a la recepción totalmente desnudos. Aquello era como andar por casa, pero con más metros. Aunque cada vez que salíamos a dar un corto paseo por los chiringuitos que hay fuera, o al super a comprar algo, tirábamos de pareo.
Pero llegó el momento de dar el paso. Le dije a mi mujer si nos acercábamos a la tienda a comprar una postal para enviar a unos amigos y hacerles la boca agua. Nos levantamos y agarramos nuestros pareos, pues siempre que salíamos nos los enrollábamos a la cintura; pero esta vez le dije: Deja ahí eso y vamos así. Me miró entre extrañada y confusa, pues no lo habíamos hablado antes, pese a ver como otras personas lo hacían. Soltamos los pareos en las tumbonas, calzamos las chanclas y la cartera y allí nos fuimos. Reconozco que una vez que crucé el umbral me sentí extraño, pero no amedrentado o acobardado; tal vez esa extrañeza la provocó tambien el hecho de que había un par de taxis dejando a gente en la puerta, todos completamente vestidos clavando sus miradas en nosotros. Continuamos nuestro trayecto hacia la pequeña tienda. Nos paramos en la entrada a rebuscar postales, entramos, pagamos a la dependienta, y cuando volvíamos hacia el hotel, comenzamos a hablar sobre la experiencia pues no lo habíamos hecho hasta ese momento. Ambos coincidimos en la extrañeza del primer momento y el encontrarnos entre aquel grupo de gente vestida que vio como nos alejábamos por la acera mientras ellos cargaban sus maletas; pero también coincidimos en repetirla, pues nos llegaba allí donde otras experiencias naturistas no nos habían llegado.
Y así fue. Al caer la tarde, con la fresca, nos calzamos unas deportivas y volvimos sobre nuestros pasos. Continuamos y nos adentramos en el camping, paseando entre las tiendas, caravanas y personas que cordialmente nos saludaban. Salimos del camping y por un pequeño sendero fuimos hacia las urbanizaciones. De allí al paseo marítimo durante un buen rato. Incluso llegó un momento en que juraríamos ser los únicos que iban desnudos hasta que nos cruzamos con otra pareja en la que él iba también desnudo y ella en top less.
El camino de vuelta, lo hicimos serpenteando entre las urbanizaciones. Con calma. Disfrutando. Dejando que el suave sol del atardecer, la brisa, y nuestra desnudez se llenaran de naturismo.
Repetimos aquel paseo cada día que hemos vuelto por Vera. A veces solos, a veces acompañados. A veces con personas que también lo ha hecho, y a veces con personas para la que es su bautizo naturista. Mucha gente se queja de que Vera ya no es lo que era, que los textiles nos han comido terreno; y me gusta responderles que hay batallas que se ganan porque unos son mejores que otros, pero seguro que aquellas en las que uno se retira siempre las pierde.
Xouba