Tarde de domingo.

29/01/2007

Suena el teléfono durante la sobremesa; al otro lado una pareja de amigos que nos invitan a pasarnos por su casa a prolongar un poco más esa sobremesa. Aceptamos y nos vamos para allá.

La buena compañía, aderezada con un café y unos deliciosos postres, sumada a la comodidad de su vivienda permitió que aquella sobremesa se alargase por toda la tarde en la que además de conocernos todos un poco mejor ayudamos a nuestros amigos a conocer un poco más del naturismo.

En el discurrir de la charla coincidimos con la común afición de la pesca, y nos prometiamos disfrutar de una tarde playera para el próximo verano donde pondríamos en práctica nuestros conocimientos sobre el arte de pesca. Pero llegado a este punto la mujer de mi compañero de charla nos interrumpe preguntando si nosotros seguimos yendo a «esas playas», dándole el énfasis adecuado a estas últimas palabras como queriendo decir algo sin tener que nombrarlo.

Es entonces cuando toma la palabra mi mujer y le confirma que no sólo vamos a las playas, sino que cuando podemos intentamos pasar la mayor parte del día desnudos. Como siempre, y tal vez por la naturalidad con la que abordamos el tema, nuestros interlocutores van lanzando una pregunta tras otra, que solemos contestar con la mayor claridad y contundencia posible pues todas esas preguntas suelen estar relacionadas con falsos mitos, tabues, rumores y todo tipo de sospechas que recaen sobre el nudismo.

Nos tiramos un buen rato hablando de todo ello de la forma más distendida posible y sin dejar ni un cabo suelto, hasta el punto en el que ellos también confiesan que en algún momento se han dejado llevar por la curiosidad y se han quitado el bañador dentro del agua reconociendo que es una gozada; y ya puestos a reconocer también admiten que les gustaría probarlo, sobre todo ahora, que nosotros les habíamos puesto las cosas un poco más claras. Como consejo para novatos, les soltamos aquel en el que pueden empezar en casa si se sienten más cómodos y no limitarse a ir de la ducha a la habitación desnudos, sino probar a convivir y realizar las tareas del hogar también desnudos; así se familiarizarían con su desnudez y empezarían a encontrarse más cómodos de cara al verano, en el que -ahora sí- nos acompañarían a una de «esas playas».

Nosotros les comentamos que lo más probable es que si estuvieramos en nuestra casa, y si la temperatura lo permitiese, estaríamos desnudos; incluso si llegase una visita que ya hubiese compartido desnudez con nosotros, lo que haríamos sería invitarlos a que se pusieran cómodos. La mujer nos mira con complicidad y nos pregunta que si ellos nos pidieran que nos desnudáramos, si lo haríamos sin problemas.

¿Y qué problema debemos tener? Respondo con yo con otra pregunta.

Pero es mi mujer quien alarga la pregunta y coloca la pelota sobre su tejado: ¿y vosotros porqué no os desnudais también?

Esa no se la esperaban. Entrecruzan sus miradas. Se interrogan con ese vocabulario sin palabras que sólo emplean marido y mujer; y responde nuevamente ella: Si vosotros os desnudais, nosotros lo haremos también.

No hizo falta decir nada más. Me puse en pie y comencé a desabrocharme la camisa, porque -sinceramente- ya molestaba; con la calefacción, los cafés, y los licores, ya echaba de menos el poder desnudarme. Mi mujer no duda en imitarme. La otra chica esboza una sonrisa entre comprometedora y sonrojante. El chico… bueno, su cara era todo un poema. Estaba claro que en ningún momento se creyó que tendría que desnudarse. Pero continuamos sacándonos a ropa con absoluta normalidad, preguntando cual era el lugar más idoneo para dejarla, y comentando lo agradable de la temperatura para poder estar desnudos.

Mi mujer fue la primera en quedarse desnuda; yo no tardé en hacerlo; mientras que la otra chica pululaba en ropa interior tratando de localizar un sitio en el que depositar sus ropas, o al menos eso esgrimía, aunque en realidad trataba de ganar tiempo; el mismo tiempo que su marido que se agachó a desanudarse los zapatos y así estuvo un buen rato argumentando que se había hecho un lio con los cordones. Como vi que necesitaban tiempo, o algo más, salí en su socorro y les dije que no era necesario que se desnudasen si realmente no querían hacerlo. Que el paso que habían dado decidiéndolo y compartiendo espacio con otras personas desnudas, era un paso importante para ser el primer día. Pero me interrumpió nuevamente la chica diciendo que no era ese el problema. Entonces ¿cuál era?. Ninguno.

Y mientras contestaba terminaba de desnudarse con la mirada atónita y embarazosa del marido, que con la actitud de su mujer no dejaba más remedio que hacerlo, hasta que -ya en paños menores- afirma que el no puede quedarse desnudo porque ante esa situación le había sobrevenido una erección. Ahora soy yo el que pregunto ¿y cuál es el problema? Ya habíamos hablado antes de las erecciones y del «tratamiento» que teníamos algunos nudistas para ellas, qué mejor que ponerlo en práctica. Las risas de las chicas ayudaron a que pusiera en marcha el «tratamiento», así que se retiró la prenda que le quedaba y permitió que todos bromearamos respecto a la situación. Y efectivamente, el «tratamiento» una vez más, funcionó. Las risas, las bromas, la confianza, nos relajaron a todos; incluido a él.

Discurrió y finalizó el resto de la tarde tal y como había comenzado: con más café, licores, y postres. Y en absoluta desnudez, con absoluta normalidad. Ayudando a nuestros amigos a descubrir el mundo naturista, el cual, se comprometieron a explorar en más profundidad de ahora en adelante.

Xouba


La chica del tanga.

27/01/2007

Conversando con un amigo recuperamos anécdotas y situaciones vividas el verano pasado en la playa; y vuelve a nosotros una que durante días ocupó nuestros diálogos en los atardeceres sobre la arena.

Durante la primera quincena de agosto, una calurosa tarde de playa, una joven, muy guapa y bien formada, llegó hasta la zona de playa que nosotros ocupábamos junto con más gente. Coloca sus cosas, estira su toalla y se desnuda. Bueno, desnuda, desnuda, no. Eso creíamos hasta que advertimos que bajo su pubis y cubriendo escasamente sus genitales aparecía un pequeño triangulito de muy pocos centímetros y suspendido por dos hilos apenas perceptibles discurrían por sus caderas y se hundían entre sus nalgas. La joven había pasado varías veces por delante nuestra y apenas nos dimos cuenta de su «bañador». Y he aquí la pregunta que luego nos ocupó durante largo rato: ¿Nudismo o top-less?

Si nudismo es la ausencia total de ropa, el minúsculo tanga, la impedía ser «nudista». Pero ¿y mi gorra? ¿Dejo de ser nudista si llevo gorra? Su función también es «cubrir» otras partes del cuerpo, pero «tapar», al fin y al cabo. Argumento en mi favor que la gorra es para «proteger» más que para tapar; argumentan en mi contra que tal vez ella también quiera «proteger» algo.

Fueron horas de debate, repartidas en varios días, porque la joven volvía cada día a la misma playa con el mismo bañador. Como para invitarnos a seguir con el debate, que cada día nos aportaba algo nuevo a cada uno de l@s participantes.

Finalmente, me gustaría concluir de la misma forma que procuré dejar zanjado el tema en su día, argumentando que el nudismo no es la ausencia de ropa, sino la ausencia de prejuicios, y estaba claro que nuestra vecina con su minúscula prenda pretendía salvaguardar parte de su alma, mientras que yo con mi bisera salvaguardaba parte de mi cuerpo.

Xouba


Las tetas de la peluquera.

18/01/2007

Menudo follón se ha montado.

La joven de Arcade, tristemente famosa por pasarse unos días en la cárcel de Cancún acusada injustamente, ocupa la portada de una revista con unas fotografías verdaderamente excelentes -que para sí quisieran muchas- en las que presume de cuerpo, y sus vecinos, mis paisanos, le trituran los higadillos.

Pueden buscársele mil porquesi y otros tantos porqueno, pero ¿dónde queda la capacidad de decisión de esta persona? ¿quién nos creemos para juzgarla por algo que sólo le atañe a ella?

La miseria humana vuelve a quedar presente en todo este asunto. Pero lo que más me toca las narices es que la mayoría de los vecinos la criminalizan por «¡salir desnuda!» en la revista; es decir, si saliera con hábito de monja no la criticarían. Pero eso sí, todos -y todas- las que salen en la tele, radio, o prensa lanzando su sentencia judicial contra la chica lo hacen con la revista en la mano. ¿No deberíamos preguntarle a ellos qué hacen con la revista, si tanto les desagrada?

Inquisidores, hipócritas, verdugos…

Xouba